Por: Fernando Pino Solanas
Estamos próximos a la última y mayor elección del país, fruto de la discriminatoria reforma política que el gobierno puso en marcha. Seguramente contará con una buena participación ciudadana y Cristina Fernández de Kirchner obtendrá su reelección con una distancia de mas de 30 puntos sobre sus competidores, lo que no sucedía en varias décadas. Pero lo preocupante es que pocas veces hemos visto una campaña electoral con tanto desinterés ciudadano como si todo se hubiera dicho durante la sucesión de elecciones que pergeñó la discriminatoria reforma política puesta en marcha este año. Fruto de la fatiga o la especulación, nunca vimos menos debate de ideas, poco o nada se ha planteado frente a los grandes temas y problemas nacionales y menos aún, se han presentado propuestas para satisfacer las necesidades de la población. Como ya es un hábito, se mira para otro lado en espera que el tiempo lo resuelva.
Los candidatos parecen estar más preocupados por la seducción mediática del electorado o la mirada censora del establishment, que por la defensa de los intereses de la Nación. El discurso de campaña se elabora desde los temas que le marcan las encuestas, que a su vez retoman lo que han venido sembrando los medios y el complejo informativo oficial. El proyecto nacional, la proyección estratégica del país, su conciencia emancipadora, están ausentes, mientras el sistema capitalista global atraviesa su mayor crisis económica. Sus llamas no han motivado a debatirla ni a los intelectuales, universitarios y capas dirigentes. Se vive un vacío político y cultural sin precedentes. Da la sensación de navegar distraídos en medio de la bruma con la brújula orientada a girar sobre lo mismo. Nadie quiere poner en duda o discutir nada por temor a perder lo conseguido. Estas elecciones triunfales recuerdan las de Menem en 1995. Se teme al cambio y al pasado y los Kirchner han sabido recordar nuestros fantasmas. Cultura del temor, de la derrota y la resignación.
Las grandes cuestiones de las que depende el presente y futuro del país, están relativizadas, desarmadas, como lo está la defensa de la Nación frente al creciente proceso de neocolonización en curso. De este peligroso derrotero no escapan, con su silencio o su complicidad, los candidatos del oficialismo y de las principales fuerzas de la oposición. Difieren sobre cuestiones de gestión y calidad institucional, pero se cuidan de confrontar con el poder transnacional aceptando el modelo privatizador- extractivista que nos legara el menemismo. Los justicialistas -en sus distintas vertientes- siguen negando el legado de Perón y olvidan que sus primeras medidas fueron recuperar el BCRA, el crédito bancario, el comercio exterior, los servicios públicos, los hidrocarburos y recursos minerales.
El relato kirchnerista intenta ubicar al gobierno de CFK en el cambio progresista, pero sigue con el mismo sistema impositivo de Menem y el saqueo de los recursos naturales. Los radicales en su diáspora y caída, se empeñan en olvidar las medidas nacionales de Yrigoyen e Illía. El FAP, en su corrimiento al centro, recuerda la Alianza y continúa el programa del frente con los radicales de Santa Fe. No cuestionan el modelo dominante ni plantean la recuperación de los recursos estratégicos, trenes e industrias públicas. Defienden el pago de la deuda, -incluso la del Club de París- y ven la sojización como motor del desarrollo.
Contradiciendo la visión oficial, Argentina arrastra varios escenarios de crisis no resueltas, íntimamente relacionados al modelo neoliberal y al endeudamiento permanente de Martínez de Hoz, que profundizaran Menem y de la Rúa. Del sistema agro-minero-exportador aún no hemos salido - por más mística y discursos de los ideólogos K - y continuó la entrega de yacimientos minerales, marítimos y millones de hectáreas. Somos un país ocupado por transnacionales, convertido en fábrica de materias primas que son de otros. El nuevo colonialismo ha traído más desigualdad, corrupción y degradación institucional. Si no: ¿cómo es posible entender que un país con inmensas riquezas minerales y alimentarias no pueda pagar el 82% móvil a los jubilados y existan 700.000 niños desnutridos?.
En estas décadas, los excedentes de riqueza del trabajo argentino y la sangría de la deuda externa, fueron girados a las metrópolis: según el Ministerio de Economía, se han pagado desde la dictadura u$s 261.577 millones. La Presidenta afirmó en la ONU que la deuda se redujo, pero se acerca a U$S 200.000 millones y en el 2012 aumentará en u$s 11.800 por refinanciaciones de capital y se pagarán u$s 10.300 millones de intereses. ¿No es vergonzoso que el pago de estas sumas con las que se podría acabar con la indigencia y reconstruir los trenes, la industria aeronáutica, petrolera y naval, no se debata en la actual campaña electoral?
No se trata sólo la deuda sino de muchos problemas no resueltos que pesan sobre el frágil presupuesto 2012: la crisis del sector energético y el agotamiento de las reservas de gas que obliga a importar a precio de mercado y compensar con millonarios subsidios; la crisis de las concesiones de servicios y su reemplazo por empresas públicas con control social; el colapso del transporte y la reconstrucción del sistema e industria ferroviarias; la reforma tributaria progresiva, la recuperación de las rentas extraordinarias y la reposición al 100% de los aportes patronales para cubrir el 82% móvil y la cobertura social de todos los trabajadores; prohibición de la megaminería a cielo abierto con cianuro –prohibida en 8 provincias- y la reforma del Código Minero. ¿Hay un ejemplo mayor de renunciamiento que no debatir la recuperación de las Malvinas y las riquezas del Atlántico Sur ?
Sin asumir estos y otros temas, las elecciones nacionales serán un engaño o ilusión, porque nada habrá cambiado. La urgencia del país no es electoral, sigue siendo la construcción de una gran fuerza política y cultural que sea capaz de impulsar un real proyecto emancipador.
FUENTE: infosur
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